Fluir (flow) o el arte de estar en el presente.

¿Te has sentido en alguno momento involucrada/o de tal modo en una actividad que has perdido la noción del tiempo, que te has olvidado de los problemas para concentrar toda tu atención consciente en esa tarea? ¿Disfrutabas en cuerpo y alma durante ese tiempo? Si tu respuesta es afirmativa, es que has tenido una experiencia de flujo. O lo que sería igual a decir que estabas en tu elemento, realizando aquello que realmente te hace disfrutar y que te apasiona: Como pez en el agua.

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El concepto de flow, traducido al castellano por fluir o flujo, ha sido desarrollado por el psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi, quien lo define como un estado en el que la persona se encuentra absorta en una actividad que tiene por fin su propio placer y disfrute, durante la cual el tiempo vuela, y las acciones, pensamientos y movimientos, se suceden unos a otras sin pausa.

Los sentidos fluyen en armonía. Todo el ser está envuelto en esa actividad y la concentración es muy intensa. No se piensa en nada más, no hay tiempo para preocuparse de  los problemas. Tenemos pleno control de la energía psíquica y podemos emplear nuestra atención en superar los obstáculos o retos que nos demanda esa actividad.

Los ocho parámetros del flujo.

Csikszentmihalyi describe el flujo basándose en ocho parámetros:

  1. Unión: las personas que experimentan flujo se encuentran envueltas en la actividad hasta tal punto que se sienten parte de esa actividad. Están completamente integradas en ella.
  2. Concentración: La concentración en la actividad que se realiza es absoluta, pero no requiere esfuerzo alguno; la energía psíquica fluye sin obstáculos.
  3. Control: Se da una ausencia total de preocupaciones. La persona siente que controla y domina la situación, por lo que no hay necesidad de preocuparse.
  4. Pérdida de la conciencia: La parte de la conciencia que evalúa  los planes antes de ponerlos en marcha permanece «dormida»: la persona no piensa antes de actuar, no hay confrontación entre diferentes opciones de actuación. (No pensar en este sentido, implica no tener el pensamiento divagando en otras preocupaciones mientras nos centramos en algo).
  5. Distorsión del sentido temporal: Se distorsiona la conciencia del paso del tiempo, se puede pensar que se pasa rápido o bien que avanza especialmente lento (pero no desde el sentimiento de incomodidad).
  6. Valor de la experiencia por sí misma: La actividad se lleva a cabo por sí misma, no por lo beneficios que dará como resultado.
  7. Valor de las habilidades o fortalezas personales: La actividad requiere utilizar las habilidades personales. Sólo cuando la actividad supone un desafío para las habilidades personales, se producen estados de flujo.
  8. Metas y feedback: La actividad debe estar claramente dirigida a alcanzar una meta u objetivo, y es fundamental recibir feedback (retroalimentación) inmediato, de modo que la persona no debe preocuparse sobre cómo está actuando.

El fluir frente a la sensación de «atasque».

¿Qué nos separa a los seres humanos del resto de animales con los que compartimos el planeta? La conciencia, sin duda, la imaginación y la creatividad también. Vienen de serie, esa es la gran noticia.

La conciencia reside en nuestro cerebro y es el mecanismo que nos permite darnos cuenta de que estamos vivas/os, de quiénes somos, de por qué hacemos las cosas y de si lo que hacemos, nos genera bienestar o angustia. La conciencia actúa procesando la información que viene del mundo exterior y de nuestro mundo interno de manera que podamos evaluarla y actuar en consecuencia. De lo contrario, actuaríamos como autómatas, respondiendo a los estímulos del mundo sin que mediase ningún autocontrol por nuestra parte.

imagesCACQBDNJA veces, tratamos de hacer una cosa pero nuestra mente esta en otro lugar y nos impide concentrarnos, lo que, a su vez, nos impide terminar aquello que estábamos realizando o, si lo hacemos, el esfuerzo nos puede resultar agotador ya que nuestra energía está dispersa.

Por otro lado, dar vueltas y vueltas a los pensamientos sin un objetivo concreto, nos llena de ansiedad y podemos terminar con sensación de bloqueo paralizante. En esos momentos, solemos optar por dejar la tarea inconclusa por «agotamiento mental». Cuando estas situaciones se repiten con regularidad, caemos en el círculo vicioso de la preocupación continua sin llegar a ocuparnos realmente de aquello de debe ser resuelto.

Las personas con esta tendencia reactiva, lo contrario a la proactividad -ocuparse en lugar de pre-ocuparse-, suelen dejar las cosas sin terminar, no se animan a enfrentar retos, les cuesta asumir compromisos, y su vida personal, laboral o familiar, termina por verse afectada. A este tipo de experiencia Csikszentmihalyi la denomina entropía psicológica: la conciencia se haya desordenada, alterada y dispersa, no hay concentración.

¿Qué nos ayuda a fluir alcanzando la experiencia óptima?

El estado óptimo de la conciencia es el «orden», justo lo contrario al sentimiento de «caos». ¿Y cómo se consigue el «orden»? Persiguiendo un objetivo. Así, la atención puede dirigirse libremente a alcanzar las metas personales ya que no hay ningún problema que resolver, ninguna amenaza a la que hacer frente.

JellyfishLa experiencia óptima se da cuando la información se recibe de manera ordenada, la energía psíquica fluye y no hay necesidad de preocuparse de los problemas porque nos concentramos en darles salida. Es entonces cuando aparece la experiencia del flujo.

Las experiencias óptimas requieren un equilibrio entre capacidades y desafíos. Una persona experimentará flujo cuando sus capacidades estén plenamente involucradas y orientadas a superar un desafío. La situación óptima para el flujo se da cuando las capacidades y los desafíos están en un nivel alto, pero esto no quiere decir que debamos asumir retos por encima de nuestras posibilidades.

Se trata de un proceso progresivo que implica intención, atención, esfuerzo y entrenamiento. Es decir, si los retos que nos planteamos requieren inicialmente de mayores capacidades, seguramente nos invadirá un sentimiento de ansiedad más que un sentimiento de disfrute  porque no contamos aún con los recursos suficientes para asumir ese reto. En ese caso, el esfuerzo invertido no nos reportará el resultado esperado sino mas bien frustración.

Imaginemos el proceso de aprender  a andar en bicicleta.

El objetivo: aprender a andar en bicicleta para poder hacer rutas los fines de semana.

niña biciUna vez definido el objetivo  -eso que queremos alcanzar-, necesitamos organizar y planificar un tiempo para entrenarnos. Durante ese tiempo, toda nuestra atención se centra en esta tarea. El primer reto sería mantener el equilibrio y toda nuestra atención se orientará a pedalear mirando al frente para no caer. Vamos repitiendo y repitiendo y nuestras capacidades crecen, de modo que somos capaces ya de sostenernos en la bici y pedalear cada vez más tiempo sin caernos.

En este proceso hay un equilibrio entre los retos y las capacidades, y los resultados positivos (feedback), nos impulsan a mejorar nuestra técnica día a día. En algún momento, se produce la sensación de flujo: disfrutamos con la sensación del aire en la cara, al contemplar el paisaje, al sentir los olores…Nos olvidamos de mantener el equilibrio y fluimos porque es mayor el placer de alcanzar nuestro objetivo que el esfuerzo que implica pedalear.

Ahora, ¿Qué pasaría si a la semana de empezar a aprender pretendemos hacer una ruta de 50km? ¿Estarían en equilibrio las capacidades con el reto asumido? Casi que no. Si lo intentamos en ese momento, puede que la experiencia sea negativa y el sufrimiento por el cansancio o el temor a una posible caída, nos reste energías y, desde ese lugar, el esfuerzo no nos resulte ya compensatorio. Quizá decidamos no volver a intentarlo…

Por el contrario, si nos pasamos mucho tiempo en un mismo nivel de esfuerzo y nos estancamos, es poco probable que desarrollemos el fondo y nivel necesarios para hacer rutas de 50km. También puede pasar que nos aburramos tras los primeros «chutes» de emoción al sentirnos capaces de sostenernos en la bici y cada vez la utilicemos menos. Esta sería la famosa «zona de confort». Nos resulta cómoda pero no gratificante.

Pero si avanzamos paso a paso, esforzándonos por mejorar nuestro estilo,  manteniendo las capacidades y los desafíos equilibrados, cada día querremos un poco más; resistir un poco más, avanzar un poco más, mejorar el estilo un poco más. Y, si además, reconocemos y valoramos el logro que vamos consiguiendo, la actividad se transformará en una experiencia óptima, en una experiencia de flujo. Más allá de las posibles caídas y momentos de cansancio, seremos capaces de pedalear 50 km, 100 km, 0 200 km y el placer que la experiencia nos hará olvidarnos de todo lo demás mientras la disfrutamos…

Fluir es algo más que una sensación placentera.

Fluir es algo más que una sensación placentera y gratificante, es una inversión a largo plazo para nuestro capital psíquico. Las experiencias repetidas de flujo nos ayudan a enriquecer nuestra personalidad. Cuando el episodio de flujo termina, nos invade una sensación de unidad, no sólo con nosotras mismas, sino con el reto de personas y  cosas.

1070012_209080392549236_1332139646_nLa importancia de vivir en el presente: en el aquí y en el ahora con atención plena.

Cuando una persona fluye mientras realiza una determinada actividad, se encuentra envuelta en la vivencia del presente.

En la experiencia del flujo, la actividad nos absorbe de tal modo, que pasado y futuro dejan de tener importancia: lo que importa es el momento presente.

Generalmente, la mayoría de las personas, tendemos a prestar demasiada atención al pasado, lo que yo denomino «momento bolero», doliéndonos y reprochándonos por lo que pudo haber sido y no fue, tal como dice la letra de la canción. O preocupándonos por conseguir éxitos futuros, yendo como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas corriendo de un lado a otro con la sensación de que nunca llega a tiempo a nada. La mayoría de las veces, estamos tan preocupadas en el ayer o en el futuro, que perdemos de vista las grandes oportunidades y pequeños placeres que nos ofrece la vida cada día.

Los investigadores Fred B. Bryant y Joseph Veroff, han propuesto un concepto muy relacionado con la importancia de vivir el momento: «el saboreo» (savoring).La clave del saboreo reside en aprender a focalizar nuestra atención hacia el presente.

¿Y qué técnicas nos ayudarán a conseguirlo?

Vamos a ver algunas:

  • Compartir la experiencia con los demás: compartir los buenos momentos nos hace tomar conciencia de ellos y se hacen perdurar.
  • Recordar la experiencia: fijar en la mente la experiencia positiva a modo de «fotografía» para poder volver a ella, al igual que volvemos a revivir los momentos positivos que quedaron reflejados en una fotografía real y la sensación nos genera bienestar.
  • Elogiarse a uno/a misma: Es necesario tomar conciencia de los logros conseguidos y reconocer los recursos disponibles que los hicieron posibles.
  • Agudizar nuestros sentidos: centrarse en escoger determinados elementos de la experiencia vivida y realzarlos. No es posible abarcarlo todo, pues la atención se difumina y disminuye el nivel de conciencia. Saboreemos eso especial y significativo.
  • Ensimismarse: aprender a concentrarse profundamente en la actividad que se está realizando, dejando que nos envuelva por completo. Tratando de no pensar en «nada», solamente en disfrutar el momento y fluir.

¿Se pueden  potenciar los estados de flujo?

4velasSí, rotundo. Recordar alguna situación cotidiana donde os hayáis sentido plenamente concentradas y disfrutando de eso que estabais viviendo en ese exacto momento. ¿Contemplar el mar desde la orilla sintiendo el rumor cadencioso de las olas? ¿Sentir el olor de la naturaleza durante un paseo por el cambo? ¿Contemplar el «baile» de las ramas de los árboles con la caricia del aire? Esa sensación, personalmente, me permite fluir.

Los estados de flujo pueden ocurrir ocasionalmente por azar, cuando se unen determinadas circunstancias externas y estados internos. Obviamente es más fácil quedarnos envueltas en el rumor del mar si estamos tranquilas y en «modo» vacaciones, pero os aseguro que también podemos generar estos estados de flujo dentro de la vorágine, sí ponemos atención e intención en generarlos.

Vamos a ver algunas actividades que nos ayudan a saborear el momento: tienen reglas que requieren el aprendizaje de habilidades, establecen metas, proveen  de feedback y hacen posible el control.

Son actividades cuya función primordial es generar experiencias gratificantes y amenas, todo depende de cómo nos enfrentamos a ellas. Lo importante en la experiencia de flujo, no es la actividad en si misma, sino cómo la realizamos: el disfrute no depende tanto de lo que hacemos, sino de cómo lo hacemos. ¿Desde la ansiedad? ¿Desde la angustia? ¿Desde la confianza? ¿Desde el deseo? ¿Desde la concentración?

  • Actividades físicas: la actividad física es favorecedora para transformar en experiencia de flujo: deporte, baile, yoga, sexo, escalada, bici…Un esfuerzo que nos genere gratificación por el resultado. Llegar un poco más lejos, tonificar un poco más los músculos, subir un poco más la montaña.
  • Actividades de los sentidos: cualquier actividad que estimule los sentidos es potencialmente una experiencia de flujo: saborear una comida rica y sin móviles, por favor¡. Sentir la arena tibia y suave de la playa acariciando nuestros pies. Disfrutar con un poema que nos llena el alma y nos transporta a lugares profundos del sentir. Vibrar, además de oír, con una música que nos envuelve. Observar como van brotando las yemas en las ramas descarnadas de los árboles en el inicio de la primavera.  Disfrutar de una conversación, acompañada de un buen vino, mejor aún, en una conexión  en profunda sintonía…
  • Actividades intelectuales: la lectura es la actividad de flujo por excelencia. Pero existen muchas otras actividades intelectuales que lo promueven: jugar con las ideas, idear juegos de palabras, escribir poesía, aunque no seamos poetas reconocidas, escribir relatos…

La personalidad tiene un peso importante en la capacidad de experimentar flujos, es lo que Csikszentmihalyi denomina «personalidad autotélica».

Una tendencia de personalidad que se caracteriza por la capacidad de disfrutar de la vida y por realizar actividades gratificantes en sí mismas, independientemente del valor extrínseco.

Los rasgos característicos que acompañan a las personas vitales y positivas, suelen ser la curiosidad, el interés por «explorar» el mundo y la persistencia, que no la cabezonería.

La buena noticia es que todas y todos, podemos alcanzar experiencias de flujo, ya que esta habilidad, se puede desarrollar con entrenamiento.

5  pasos para transformar actividades cotidianas en experiencias de flujo:

  • Definir las metas que se quieren alcanzar. Ya vimos que es fundamental proponernos objetivos concretos para las actividades que vamos realizando y esforzarnos por conseguirlos, paso a paso, pero de forma sistemática. No podemos correr una maratón si sólo entrenamos 10 minutos al día dando una «vueltecita» por el parque de nuestro barrio.
  • Desarrollar las habilidades necesarias para superar los desafíos que la actividad vaya demandando. (Volvamos al ejemplo de aprender a montar en bicicleta).
  • Aprender a concentrarse en lo que se está haciendo y a controlar la atención para dirigirla a los objetivos marcados, disfrutando en el proceso más que empeñarnos en mirar lo que aún falta.
  • Encontrar la manera de «medir» los progresos que vamos realizando a medida que avanzamos, de modo que tengamos un feedback lo más inmediato posible de nuestros resultados.
  • Elevar el nivel de desafíos y dificultad cuando la actividad comience a aburrirnos, así mantenemos la experiencia de flujo en distintos momentos del proceso.

Ahora toca, intentarlo. Podéis empezar ya mismo. Cuando os centréis en una tarea que requiera esfuerzo y concentración, recordar cuál es vuestro objetivo, fijarlo en la mente y volver a él cuando las fuerzas flaqueen. Y por supuesto, saborear vuestros logros por pequeños que sean, paso a paso se hace camino al andar.

Os recomiendo alguna bibliografía interesante si queréis profundizar en el tema:

«Una Psicología de la Felicidad» Mihaly Csikszentmihalyi, (Kairós, 1997). Y, del mismo autor, «Aprender a Fluir» (Kairós, 1998).

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El empoderamiento Vs. el emprendimiento de las mujeres.

Empoderamiento Vs. emprendimiento.

Esta semana impartí un taller de coaching promovido por la Concejalía de Mujer del Ayuntamiento de Tres Cantos, dirigido a mujeres emprendedoras del municipio.

Participaron alrededor de 20 mujeres con perfiles diversos, inquietudes múltiples y experiencias distintas. Pero tenían en común elementos que suelo observar en tantas mujeres con las que vengo trabajando desde hace años: saber, cualificación, competencias, creatividad, voluntad, inquietudes, ganas de crecer personal y profesionalmente… O sea, poderes vitales.

Pero también, compartían situaciones, sensaciones o percepciones que nos son comunes a muchas mujeres en los momentos de cambio elegido o impuesto: desorientación para concretar un proyecto propio tras años de ausencia del mundo laboral al haberse dedicado prioritariamente a la crianza de hijas/os; búsqueda de salidas laborales o profesionales a través del autoempleo después de un despido tras años de actividad laboral; necesidad de contar con espacios propios para compartir experiencias e inquietudes con otras mujeres y así, ir tejiendo redes de autoapoyo en lo personal o profesional; sentimiento de aislamiento o soledad…

Emprender es una actitud que no sólo se relaciona con lo laboral y requiere de determinados poderes internos que nos impulsen para asumir un autoliderazgo de vida. 

Hace tiempo que escuchamos la palabra empoderamiento y hay sobrada literatura sobre este concepto. Sin embargo, no todo el mundo piensa en lo mismo cuando habla del empoderamiento de las mujeres.

Los movimientos por los derechos civiles y por los derechos humanos, así como los movimientos feministas, han utilizado esta palabra para explicar que quienes están sometidos a diversas formas de opresión, requieren de poderes para hacerle frente, y que, dichos poderes, deben ser interiorizados en la propia subjetividad y en su  manera de ser y existir.

En el caso de las mujeres ¿De qué opresiones podríamos hablar? De las externas que se asientan en un sistema sexista y, también, de las que llevamos interiorizadas como parte del aprendizaje de vida.

Vamos a analizar cómo operan las opresiones en el ámbito laboral, por ejemplo.

Los indicadores de empleo nos dan cuenta de la brecha de género y vemos que las mujeres tienen mayores dificultades que los varones para acceder al empleo y para su posterior mantenimiento.

En épocas pasadas, este hecho se justificó por la falta de cualificación de las mujeres, situación que en la actualidad está resuelta tal como muestra el último estudio de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo) presentado recientemente.

http://politica.elpais.com/politica/2015/01/19/actualidad/1421666442_720236.html

Los datos del estudio muestran una realidad que se repite en casi todos los países de la OCDE, incluido España. Hay más mujeres con estudios superiores entre la población de jóvenes de 25 a 34 años de edad, pero hay más hombres que obtienen un trabajo con ese nivel de titulación mientras ellas acaban engrosando más a menudo las listas del paro.

La OCDE subraya que las diferencias de género relacionadas con el mercado laboral “podrían ser el resultado de que hay más mujeres que se quedan fuera de la fuerza de trabajo, probablemente debido a los papeles tradicionales en lo que respecta a la unidad familiar”. Y pone como ejemplo a las madres que se quedan en casa tras dar a luz (frente a los varones) “especialmente en países con amplias brechas salariales y con una oferta de servicios limitada para el cuidado de los niños”.

En este caso, las mujeres debemos hacer un doble esfuerzo para acceder al empleo: no sólo debemos contar con una alta cualificación –al igual que los varones-,  sino que debemos contar con otro elemento que se valora altamente desde el mundo empresarial. ¡El tiempo disponible!

Vamos a analizar variables de «opresión» en base a las barreras externas y a las subjetivas –los mandatos de género-.

En lo externo. El peso de la división sexual del trabajo aún está vigente en nuestra sociedad. Con la crisis se precariza el empleo y en lo político, se recortan servicios de atención a la infancia, mayores y personas dependientes. ¿Quién lo compensa? Las mujeres. ¿De qué modo? Teniendo que optar en muchos casos por abandonar su carrera profesional o reducir su jornada laboral para dedicarse al cuidado. ¿Qué consecuencias tiene? Entre otras, mayor empobrecimiento económico. Al estar largos períodos sin cotizar o al reducir su jornada laboral, sus futuras prestaciones contributivas –jubilación, prestación por desempleo- estarán mermadas.

En el mundo laboral, sigue primando una cultura organizacional que valora la presencia por encima de la competencia. ¿A quién se penaliza? A las mujeres. ¿Por qué? Porque en la práctica, son las mujeres quienes solicitan mayoritariamente la reducción de jornada y posteriores excedencias como consecuencia de las funciones sociales asignadas en base a dicha división sexual. Además, no suele resultar fácil la sustitución en puestos de alta cualificación y no siempre compensan las ayudas o bonificaciones estatales –escasas, por cierto-.

¿Cómo opera la opresión en este caso? Limitando las oportunidades de empleo de las mujeres a causa de la discriminación indirecta que comienza en los procesos de reclutamiento: A igual competencia, mejor elegir a un hombre que a una mujer si ambos están en edad fértil. Ahora, se riza el rizo, no sólo se penaliza a las mujeres cuando  llega el momento de la maternidad, sino que se las penaliza de antemano ante esa posibilidad futura. Opresión que las mujeres perciben cuando se sienten discriminadas y excluidas del mercado laboral aunque su currículum de muestra de su sobrada competencia.

A los varones, sin embargo, el hecho de ser padres, no sólo no les penaliza, sino que incluso les puede servir como valor añadido cara a la contratación: “se va a comprometer más porque ya tiene la responsabilidad de aportar una economía a la familia”. El modelo de varón proveedor, sigue vigente en el  imaginario colectivo.

¿Dónde se asienta esta desigualdad?: En un contrato social sustentado en la división sexual del trabajo. Si esto no cambia, todo seguirá igual, o mejorará en lo aparente para las mujeres con poder adquisitivo que puedan contratar a otras para que se ocupen de la logística doméstica y familiar. El resto, continuarán siendo penalizadas aunque estén sobradamente preparadas, no por el hecho de su potencial maternidad, sino por el peso que tiene en su vida el rol asignado como responsables del cuidado vincular.

Esto pone en evidencia que la responsabilidad de la reproducción social sigue recayendo sobre las mujeres, ya sean madres, hijas, abuelas o contratadas del servicio doméstico. Trabajo de vital importancia para la sociedad pero poco reconocido y nada valorado para quienes desarrollan su fuerza de trabajo en ese ámbito no identificado con el empleo y, por tanto, no incluido como riqueza en la contabilidad al uso de los países.

La perversión del sistema. El estado espera que las mujeres compensen los recortes en servicios públicos de atención a la infancia, mayores y dependientes a través de su fuerza de trabajo en el ámbito doméstico y familiar. El mercado laboral desconfía de ellas porque no pueden ofrecer lo que no tienen –disponibilidad total-, ya que siguen operando modelos de organización anclados en la época de la revolución industrial aunque estemos en el siglo XXI. Y muchos varones, no sienten que deban asumir el cuidado de criaturas o padres de manera corresponsable, una vez que cumplen con su rol de proveedor económico.

¿Qué estrategias se podrían llevar a cabo? ¿Qué nos ayudaría a adquirir poder para poder participar activamente en el marcado laboral en igualdad de condiciones que los varones? Desde luego, la formación y la capacitación profesional es una solución necesaria, pero no resuelve el problema fondo.

Garantiza un derecho y supone una herramienta imprescindible para favorecer el desarrollo personal y profesional de las mujeres, pero no resulta suficiente para resolver la raíz del problema: los valores sustentados en una ideología sexista que determinó espacios y funciones sociales diferenciadas según el sexo de las personas. Y en principio, la diferencia no sería un problema, salvo cuando se establecen jerarquías de valor que determinan quiénes o qué vale más. Esa es la clave generadora de desigualdad.

Así opera la desigualdad arraigada en las normas y normalizada desde las costumbre. Es decir, la raíz de la desigualdad, se asienta en el sistema de dominación que la genera y perpetua.

¿Se resuelve esta desigualdad sólo con preparación, experiencia y ganas de trabajar? Esto ayuda, pero no cambia la arquitectura de la desigualdad. Así que no se puede poner todo el peso sólo en un lado de la solución-en el lado de las mujeres-, se tiene que producir un cambio profundo en el sistema de valores androcéntrico y sexista, y eso es responsabilidad de todos y todas, de la sociedad en su conjunto.

De lo contrario se produce una paradoja perversa. Si la doble carga de trabajos productivos y reproductivos sigue recayendo mayoritariamente sobre las mujeres, según se pone de manifiesto en las encuestas de usos del tiemplo, la solución “mágica” no será ofrecer a las mujeres un curso sobre gestión del tiempo ya que, esa solución única, no resuelve la inequidad en el reparto de responsabilidades, trabajos  y riqueza económimca y social.

Primero sería necesario poner en marcha medidas correctoras para resolver esa diferencia que genera desigualdad. Esto no lo soluciona un curso de gestión del tiempo, lo puede aliviar, pero no resuelve el fondo de la cuestión, el día tiene 24 horas y las humanas, límites.

 Acciones correctoras.

Se deben poner en marcha planes de igualdad en las empresas dentro de las políticas de responsabilidad social corporativa y, también, acciones de sensibilización para transformar las creencias asentadas en valores sexistas; El estado debe asegurar recursos públicos de apoyo a la infancia, a los mayores y a las personas dependientes, no para “aliviar” a las mujeres, sino para garantizar derechos que contribuyan al bienestar social de todas y todos. Y los varones, por su parte, deberán asumir la corresponsabilidad como valor ético en lo referente al cuidado y atención de menores y personas a cargo, no por ser buenos padres o hijos, sino porque debemos negociar la responsabilidad de manera equitativa y así, todas y todos, podremos acceder a iguales oportunidades desde el mismo punto de partida.

Las opresiones subjetivas: “Los mandatos de género”.

Ahora veamos cómo operan las “opresiones” internas en muchas mujeres.

En el momento de la maternidad. Muchas profesionales cualificadas se ven abocadas a elegir entre el desarrollo de carrera y la maternidad. En otros, continúan en activo pero sienten el peso de la doble carga de trabajos, conflicto que genera en bastantes casos cuadros de estrés, ansiedad y sentimiento de incompetencia ante la evidencia de no “poder” con todo. Pero ¿hay que poder con todo?

Primera confusión: la “multifuncionalidad” que nos asignan a las mujeres como rasgo competencial, puede ser un valor positivo siempre que no caigamos en la creencia errónea de pensar que ser competentes, implica naturalizar la sobrecarga de trabajos como algo “normal”. Aquí conviene diferenciar entre tarea y responsabilidad. Las tareas se pueden delegar pero la responsabilidad asumida y “delegada”, ocupa tiempo y espacio psicológico y físico. Pensar en la logística familiar y doméstica al tiempo que se están resolviendo gestiones profesionales y/o laborales, agota, bloquea y genera una continua sensación de dispersión.

Segunda confusión: responsabilidad no implica incondicionalidad y competencia no supone poder con todo. Muchas clientas me comentan su malestar y expresan su sentimiento de culpa por múltiples motivos. Culpa por no estar más tiempo con las hijas/os, culpa por no poder hacer el trabajo tan bien cómo les gustaría por falta de tiempo, culpa por desatender a las amistades o familia, culpa por no cuidar su alimentación o su salud adecuadamente, culpa por estar agotadas el fin de semana y no tener muchas ganas de salir con sus parejas… Vaya trabajera ¿no? Y qué tal si vamos transformando la culpa en negociaciones para reencuadrar responsabilidades.

Tercera confusión: La empatía no implica sometimiento. A las mujeres nos educan desde la tierna infancia para desarrollar la empatía, competencia emocional de vital importancia para establecer relaciones positivas. Sólo que el aprendizaje vino un tanto entrampado. Nos dijeron cómo ser buenas madres, hijas cariñosas, compañeras comprensivas… Pero en el modelo venía implícito otro mensaje: un código de bondad que incluía la incondicionalidad como valor máximo de lo femenino. O sea, que no sólo nos estimularon el desarrollo de la empatía, sino que nos limitaron la posibilidad de negociar las discrepancias a riesgo de ser juzgadas como malas: malas madres, hijas egoístas… ¿Y quién quiere ser mala?

Cuarta confusión: La autorrenuncia no es una elección libre. Muchas mujeres van optando por relegar sus propios proyectos en aras del beneficio familiar. En estos casos, conviene revisar los costes pero nunca invisibilizarlos: “Bueno, total, ya lo haré más adelante porque ahora mi hijo me necesita”. Estos comentarios son habituales en muchos seminarios que imparto.

Cuando pasa el tiempo, esa misma mujer, intenta reorientar sus carrera profesional y se encuentra con muchos obstáculos internos, más allá de las dificultades propias del mercado laboral: inseguridad, desorientación… Y entonces llega la perversión en forma de pregunta: ¿Quién te obligo a dejar el trabajo? Lo elegiste libremente… ¿Os suena?

Cualquier empresaria sabe que se pueden buscar distintas estrategias para rentabilizar el negocio, pero nunca invisibilizar la previsión de los costes y beneficios a la hora de tomar una decisión.  En las decisiones personales conviene seguir la misma estrategia. Sopesar costes y beneficios y optar por lo menos oneroso según cada caso, pero nunca invisibilizar los “costes” de las autorrenuncias confundiéndolos con pruebas de amor. Ya que los costes conllevan posibles pérdidas a medio o largo plazo: En la autoestima, en las oportunidades, en el desarrollo personal y profesional, en la autonomía económica…

Un análisis neutro al género nos impide ver lo que está naturalizado desde la costumbre.

En los cursos de liderazgo, se suele decir que las mujeres puntúan menos en habilidades directivas como capacidad de decisión, persuasión o negociación, que los varones, y puntúan más, en capacidad empática.

¿A qué se le concede más valor en el mundo de los negocios al uso? Normalmente, a lo primero sobre lo segundo, aunque todas esas habilidades sean igualmente necesarias para liderar a equipos. Esto nos habla de una cultura organizacional con sesgos androcéntricos y esto, nos penaliza también.

Desde la perspectiva de género, podemos ver como se van instalando las opresiones subjetivas.

  • Si desde pequeñas nos estimulan en juegos y nos regalan juguetes relacionados con lo “maternal”, es lógico que desarrollemos una “hipersensibilidad” hacia el cuidado de los otros, lo que es bueno, siempre que no implique descuidar el autocuidado.
  • Si desde el entorno familiar nos sobreprotegen para evitar que corramos no sé qué riesgos, en lugar de estimularnos a enfrentar retos, cuando debamos tomar decisiones importantes, podemos caer en la tentación de delegar nuestra responsabilidad en otros, elección que de entrada puede aliviar pero que a medio plazo, nos genera una sensación de inseguridad crónica que nos lleva a dependencias negativas.

Estos aprendizajes significativos nos limitan a la hora de asumir un autoliderazgo de vida porque nos atraviesan temores y dudas sobre nosotras mismas que nos llenan de inseguridad. Desde ese estado emocional, la elección puede ser la autorrenuncia. Es humano volver al lugar “confortable” de lo conocido como salida posible cuando el conflicto sentido nos genera ansiedad y angustia. Otra cosa diferente es si la zona de confort, resulta confortable a medio plazo…

Si unido a esto, añadimos que en la evaluación de competencias habitual, la escala de medir se centra en criterios asociados al valor de lo “masculino” como parámetro de capacidad ¿es lógico pensar que las mujeres perciban que deben demostrar doblemente que saben y pueden? ¿Es entendible que la hiperexigencia esté del lado de las mujeres con mayor prevalencia?

Las negociaciones con una misma como punto de partida para el «empoderamiento».

Resulta difícil negociar con otros/as si previamente no tenemos claros los objetivos de la negociación y los márgenes de renuncia que estamos dispuesta a asumir a cambio de lograr eso que deseamos en un momento determinado.

A las mujeres, en general, nos resulta más “violento” negociar abiertamente para conseguir lo que consideremos legítimo, no por falta de capacidad o potencial, sino por falta de entrenamiento. Y también, debido a las confusiones que operan internamente que nos pueden llevar a  sentirnos culpables cuando apostamos por legitimar nuestros derechos.

Y no me refiero a negociar utilizando métodos que nos puedan resultar “agresivos”, sino de colocarnos en un plano de igualdad en el espacio de las negociaciones como mujeres adultas, ni como hombres, ni como niñas. Como mujeres con capacidad para discernir lo que quieren o no quieren y con la seguridad de contar con el legítimo derecho de defenderlo. Luego se conseguirá o no, eso es otra cosa.

Estrategias para el empoderamiento: el poder de influir más de lo que eres influida.

Para adquirir poder para poder influir más de lo que somos influidas, debemos, en primer lugar, tomar conciencia de aquello que nos “desempodera” como mujeres. Una vez analizados los obstáculos de fondo, estaremos en mejores condiciones para buscar las estrategias posibles que ayuden a sortearlos.

Empoderarse en la propia subjetividad implica:

  • Desarrollar la conciencia de tener el derecho a tener derechos. ¿Sabes cuáles son tus derechos? ¿Si se tratase de una amiga querida, tendrías claro cuáles son sus derechos?
  • Reconocer la propia autoridad. ¿Te animas a expresar tus opiniones habitualmente? ¿Te sientes autolegitimada para defender lo que consideres justo para ti? ¿Lo defiendes con argumentos sólidos?
  • Confiar en la capacidad de lograr propósitos. ¿Cuántas cosas importantes lograste a lo largo de tu vida? ¿Qué te ayudó a conseguirlo? ¿Qué aprendiste sobre ti? ¿Cuál es tu propósito con sentido en este momento de tu vida? ¿Qué cambiaría para ti si lo consiguieras? ¿Hay algo que te lo impida?

En el próximo artículo, iré aportando claves para desarrollar la autoconfianza y autoeficacia, anclajes de vital importancia para el empoderamiento vital.

Hasta entonces, intentar buscar vuestro “cuarto propio”, poneros cómodas, relajaros y tratar de ir dando respuestas a los interrogantes que os propongo.

El empoderamiento es un proceso gradual, paso a paso. Lo importante es identificar aquello que nos impulsa y también lo que nos desempodera. Así, podremos llevar a cabo las estrategias necesarias, personales y colectivas con otros grupos de mujeres, para ir avanzando gradualmente.

Buen fin de semana.

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